Las 5 menos 5. Los chicos cambian zapatos por hawaianas. Cierro el messenger, recojo mi taza de café. Me dispongo a abandonar nuestro edificio aséptico y frío para enfrentarme (otra vez) a la marabunta de humos, calores y sobre todo olores de la calle, del tren. Salimos. Un día más. Estoy a punto de morir atropellada, un día más, porque para mí los pasos de cebra siguen siéndolo y aún me empeño en hacer de los conductores suicida paulistanos gente más cívica. Al acercarnos a la estación, empieza a percibirse el olor penetrante y ya familiar de los pãos de queijo del cutrepuesto de la esquina; ya dentro, el olor más penetrante y por desgracia más familiar, de la suciedad (por ser fina) que nada a sus anchas en el río. Pagamos. Escaleras. Andén. Decenas de personas apelotonadas. Tren roto. Esperamos un rato, y hasta nos reímos porque ya estamos acostumbrados a que en este país siempre haya algo que falla. Los trenes del único andén operativo circulan en ambas direcciones, abarrotados y con las puertas abiertas. ¡Qué lástima de cámara¡ Decidimos optar por un camino alternativo, un rato de paseo y después un autobús. Avenidas anchas, negro humo de autobús en mi nariz (pero negro, muy negro), calles poco preparadas para los peatones y una lluvia fina y cojonera. Ummmmm, qué agradable. Un rato después, vemos un autobús con el nombre de nuestro barrio. El conductor se detiene pero no nos abre. Intenta decirnos algo, pero no le prestamos atención. ¡Capaz será de decirnos que la parada es 100 metros más adelante y que ahí no nos para! Como parece que no le entendemos, finalmente nos abre la puerta y entramos sin preguntar. Estamos terminando de pagar cuando el autobús para y el conductor se baja. Fin de línea. Eso quería decirnos. Me siento guiri.
Al final, nos deja quedarnos en el bus y en 5 minutos vuelve a empezar el recorrido. Ni tan mal. Ruta turística hasta que empezamos a distinguir las calles de nuestro barrio, por fin. Me siento como en casa, de hecho estoy en casa ;-) Nos bajamos. Son las 7 y media de la tarde. Estoy agotada. Con suerte, me dará tiempo a hacer la compra.
miércoles, 28 de noviembre de 2007
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