Era una de las cosas que esperaba encontrar en Brasil. Ya sabéis, tías tipo las novias de Ronaldo y mulatos tremendos (a pesar de que los brasileños famosos en España no sean precisamente una belleza). Y cuál fue mi sorpresa cuando oh¡ llego y veo que la inmensa mayoría de la gente es normalita tirando a fea, descuidada y/o horterilla, nada de culos estupendos y buenorros de quitar el hipo a cada paso.
La primera semana, comentando mi desconcierto con los españoles que llevan un año aquí, éstos me contestan, entre sorprendidos e incrédulos, que no llevo nada en Brasil, que no he visto nada, que ya cambiaré de opinión. Ciertamente parece que todos y todas han triunfado como en su vida, y están encantados con sus conquistas. En cualquier caso, el carácter brasileño en cuanto al ligoteo y las parejas me ha resultado bastante peculiar y escribiré sobre él en otra ocasión. El caso es que pensé, es verdad, es mi primera semana, me estoy precipitando en mis opiniones. Y además, decían, hemos ido a garitos muy “populares”, ya verás cuando vayas a uno de “gente bonita”, vas a flipar. ¿Y eso? ¿Gente bonita? Aunque parece evidente por el nombre, quise asegurarme de que me estaban hablando de los pijos brasileños. Efectivamente. Me sentó un poco mal, no me lo creí, porque siempre me he negado a creer que la belleza tenga que ver con el dinero. La que es guapa, aunque no se cuide mucho porque no quiera o no pueda, lo será de todos modos; y la fea, por muy cara que sea su ropa, muchos tratamientos de belleza que se haga y mucho maquillaje que se ponga, mona se queda, como dice el refrán.
Pues he tenido que tragarme mis palabras. Después de estar en todo tipo de fiestas y garitos, he comprobado personalmente que en los sitios de gente de pasta las tías (los tíos me siguen pareciendo, salvo impresionantes excepciones, poco atractivos) son visiblemente más guapas o al menos más llamativas. No sé si será el maquillaje, la ropa, la actitud, el estilo.....pero es un hecho, y el contraste es enorme. La gente que veo en mi día a día, en el tren, en el autobús, es radicalmente distinta a la que me encuentro en cierto tipo de sitios; un contraste enorme, pero eso, los contrastes, son otra cuestión que merece un capítulo aparte. Pensaréis, o muchos piensan, que en Madrid si vas a Serrano ves a tías más atractivas que en otros barrios; no estoy de acuerdo en el caso español y hasta ahora tampoco en el caso de las ciudades del mundo mundial que conozco. Pero aquí sí. Supongo que las currantas brasileñas, las tías más normales, que madrugan cada día para pasarse la jornada currando en trabajos poco gratificantes porque necesitan su mísero sueldo (el mínimo aquí es una auténtica birria) para ayudar a mantener a su familia, están demasiado cansadas para pintarse el ojo por las mañanas y, sobre todo, tienen cosas mejores en qué pensar que en su propia belleza. Así que ni culos respingones, ni tripitas planas, ni curvas de vértigo, ni piel suave ni, en general, cara bonita. Será la mala vida, el trabajo duro, no el trabajo de oficina de consultora de alto nivel, de más de 3.000 dólares al mes, previo paso por universidad estadounidense de renombre y todos los caprichos pagados por papá. No las critico, y menos desde mi posición privilegiada, han tenido suerte. Ni digo que no trabajen, pero claramente su trabajo las machaca menos, al menos en lo físico. La diferencia con mi mundo europeo está, creo, en que en Brasil esos contrastes, sociales, de dinero, de educación, se notan más, son evidentes hasta en asuntos tan frívolos como éste. Y claro, así, naciendo, creciendo y viviendo dentro de la gente bonita, es fácil estar o incluso ser guapa.
Por supuesto, esto es una generalización, que nunca son buenas pero muchas veces son como los tópicos, tristemente certeras. Claro que hay gente “normal”, normal para una europea de clase media, chicas como yo, ni muy guapas ni muy feas, ni ricas ni pobres; y por supuesto que he visto tías descuidadas y aún así impresionantemente guapas, y pijas que no tenían arreglo. Pero el contraste general es tan llamativo que no he podido evitar pararme a pensarlo.